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KOLORETE  PIOHUAC (Príncipe de Yucatán. Imperio Maya. S. III)

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No hay más que fijarse un poco para deducir que su devoción eran los pájaros pequeños. De los grandes, pasaba, pero tenía tal cariño a los pajaritos que cuando cogía a alguien intentando cazarles, lo flecheaba sin miramientos. Un año ordenó por sorpresa entrar en todas las casas, y al que pilló con una jaula, hubiera o no pájaros dentro, mandó sacrificarlo a Kukulkán, dios del viento. Se casó con una pájara y tuvo seis pollitos; no me pregunten cómo.

URPIKUSI MATATA (Mujer inca. 1507)

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Medio estrábica, y sin nariz, orejas, pies ni manos, esta joven boliviana del Altiplano, perteneciente a la cultura tiahuanacota, fue un ejemplo de superación hasta ahora no igualado en todo el mundo. A base de voluntad y mucha fe en sí misma, consiguió mirar de frente, oler por la boca, oír por el ojo derecho y tejer ponchos con los codos. Sin ir más lejos, el vestido que lleva se le hizo ella misma de dos codazos, apoyándose en el empeine de unos pies que no tenía. El acabose.

RODAJITA, “LA CHICA SOUFFLÉ” (Francia. Mediados del S. XX)

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Nuevamente me veo en la obligación de desmentir a Tim Burton: esta no es la niña galleta, sino Rodajita, “La chica soufflé”. Le sacaron la cabeza del horno a medio hacer, de ahí su escaso grosor y la palidez de su cara. Tal cual, la pusieron a la venta en una confitería de Burdeos, pero como nadie la compraba, antes de ponerse dura se escapó aprovechando el roto de una vitrina. Recorrió media Francia en busca de un pastelero que quisiera terminarla, hasta que en Lyon vio la puerta abierta de un horno y se coló. Finalmente, fue degustada en un salón de té de Grenoble. Al menos murió en paz.

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